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Nos acompañan los muertos

Por Iván Mercado

En Nos acompañan los muertos, Rafael Pérez Gay escribe sobre la vejez, etapa de la vida en la que el alma y el cuerpo enferman, se deterioran y, poco a poco, se van alejando de la luz, de la vida. Nos acompañan los muertos es un libro con toda la estructura de una novela, donde el narrador resulta ser él mismo autor, o quizás, su alter ego.

 

Poco a poco, el tiempo hace efecto en los padres del narrador, los padres de Pérez Gay. La enfermedad los va carcomiendo, llevándolos a la soledad y a la oscuridad. Por medio de la prosa del autor, nos es posible percatarnos de nuestra finitud.

Lleno de dolor, el narrador nos comparte, con una prosa cruda, pero con un poco de humor, el abatimiento de su padre y de su madre. “No quedaba nada del hombre alto, fuerte y sano que se comió a puños el polvo de la vida”. A pesar de que Rafael Pérez Gay se cuestiona sobre “¿Qué es autobiográfico y qué es ficticio?”, no hay duda de que lo escrito en su obra, el dolor, la impotencia y la infinita tristeza es algo real. “No sólo te abandonas tú, nos abandonas a todos. Perdónate tu vejez; no te dejes morir, déjate vivir el tiempo que sea necesario”.

 

Para contrapuntear los momentos trágicos, Pérez Gay nos invita a conocer a sus padres jóvenes ya sus abuelos. Aunque no siempre fueron épocas felices, la vida es como un sube y baja. Vivían como “vikingos”, decía su padre, moviéndose de un lado a otro cuando dos o más meses de renta se acumulaban. Pero también podemos conocer los éxitos de su padre como organizador de peleas de box.

 

Con una precisión extraordinaria, el autor nos invita a conocer a su familia, los reproches de la madre al padre por haber acabo con su fortuna, la infidelidad de su padre, las pláticas entre padre e hijo. Lo local, es decir, una familia ajena al lector, se convierte en un tema de interés. Quizás en el fondo todas las familias son iguales dice el escritor en entrevista, posiblemente tenga razón. Somos testigos de la vida en familia, de su cotidianeidad, la intimidad se convierte en material narrativo.

 

 

 

No hay duda de que el narrador ama a sus padres y siente una gran admiración por ellos. Rafael nos permite conocer la influencia que tuvieron sus padres, además de su hermano mayor, en su gusto por las letras y por contar historias. Su padre, un lector voraz de periódicos, su madre, de novelas. 

 

“Somos las ciudades que hemos perdido” podemos leer en las primeras páginas del libro. La ciudad y el pasado son elementos importantes en la novela, ésta siempre buscándose a él mismo y a sus padres. La ciudad aparece siempre relacionada al autor o a sus padres. Otra obsesión heredada del padre, con quien solía caminar por las calles del Centro histórico y de la colonia Condesa, descubriendo juntos sus fantasmas, su pasado. El tiempo acabo con la vieja San Juan de Letrán, el tiempo acabó también con sus viejos.

 

Posiblemente el autor encuentra en la tinta y el papel la oportunidad de la elaboración del duelo. Es un libro lleno de confesiones, casi siempre con melancolía, otras veces con un poco de arrepentimiento e impotencia y, en todo momento, con un gran vacío que Pérez Gay intenta llenar a lo largo de las páginas, lo que hacen una llena de reflexiones y aforismos. Gran parte de las frases del libro son dignas de ser subrayadas.

 

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