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Hernán Lara Zavala: Yucatán y La Novela Histórica

Por Daniel Oropeza y Pedro Valenzuela.

Hernán Lara Zavala novelista, cuentista, ensayista, editor y catedrático en la Universidad Nacional Autónoma de México. Nace en la Ciudad de México el 27 de febrero de 1946.

 

Estudia en la UNAM en sus Facultades de Ingeniería y de Filosofía y Letras, obteniendo en ésta última la Licenciatura en Letras Inglesas y la Maestría en Letras Hispánicas; cursa después un posgrado sobre novela en la Universidad East Anglia, en Inglaterra, además de una estancia sabática en la Universidad de Cambridge una de las más antiguas de aquel país .

 

Pese a todos sus méritos, Hernán Lara Zavala es un personaje bonachón y afable que parece no perder el sentido del humor en ningún momento. Es un conversador fluido con un conocimiento muy basto, no sólo en la literatura inglesa, sino también en literatura mexicana contemporánea, entre otras muchas cosas. Sin embargo, el tema que le apasiona por excelencia, es la península de Yucatán, tierra natal de sus padres.

 

Ha escrito 12 libros en total: De Zitilchén, su primer libro publicado en 1981, Las novelas del Quijote del género ensayístico en el 89, y su primera novela, Charras, en 1990. También destacan sus novelas Viaje al corazón de la península y Península, península. Su más reciente libro es El guante negro y otros cuentos, publicado en 2010.

 

Por esto ha recibido cantidad de premios, siendo los más destacados la Medalla Yucatán (2008), el Premio Justo Sierra por su obra y el Premio de la Real Academia Española por Península, península. Además ha sido Director de literatura en la coordinación de difusión cultural de la UNAM y Coordinador del centro de estudios literarios del instituto de investigaciones Filiológicas.

 

En su más reciente novela, Península, península, por ejemplo, nos relata un capítulo olvidado (casi secreto, dice Hernán) de la historia de la península: La guerra de castas.

 

La guerra de castas fue un conflicto armado entre mayas y criollos que aconteció unos 20 años después de conseguida la independencia de México. Una guerra civil comenzada en 1847, cuando los mayas, aún sometidos a la esclavitud y al sistema de deudas, se alzan en armas y exigen les sea devuelto su territorio original, es decir, la península, y que se extendería hasta 1901 cuando concluye con la ocupación del poblado de Chan Santa Cruz (capital maya) por el ejercito mexicano. El suceso cobró un cuarto de millón de vidas.

 

Para hablar sobre el tema y la reinterpretación del evento que el autor desarrolla en su multipremiada novela, nos reunimos con él el día lunes 10 de marzo en el salón de clase donde importe un seminario de cuento inglés del siglo XIX, en la Facultad de Filosofía y Letras de Ciudad Universitaria.

 

La habitación cuenta con una disposición bastante común de aula universitaria: la puerta frente a un amplio ventanal que ocupaba casi la totalidad del área de la pared, una mesa que se extendía ocupando la extensión antes mencionada con sillas de madera en ambos lados y tres pizarrones blancos, uno en cada lateral y uno pequeño a lado de la puerta.

 

Son las 12 y el Sol, aunque no entrafranco, llena la habitación de luz. Los ruidos de la facultad y del circuito interno de Ciudad Universitaria, apenas son perceptibles. Hernán toma su lugar habitual en la cabecera próxima a la puerta, con una pila de libros frente a él y se dice listo a comenzar.

 

En península, península, utiliza la figura del también escritor Justo Sierra O’Railay para tratar de interpretar y develar lo acontecido en la guerra de castas, ¿cómo fue el proceso de ir narrando la historia desde la experiencia y visión de éste personaje para dilucidar de la manera más objetiva posible los hechos acontecidos en la guerra de castas? ¿Cómo es que usted–como si se metiera en su cuerpo o en su mente, no?

 

Sí, Justo Sierra O’Railay vivió muy de cerca y muy en propia vida todo este problema de la guerra de castas. Él fue un intermediario; su suegro era gobernador y el fue el intermediario para ir a pedirle ayuda a Estados Unidos. No querían ayuda militar, sobre todo, querían ayuda, o bien en dinero o en armas. Pero te decía yo, eso más bien fue un subterfugio, usar a O’Railay. Tenía que poner un personaje que sea alguien de la época y que al mismo tiempo lo pueda usar yo como parte de la novela, pero que no pueda yo tampoco tomarlo de manera tan distinta.Sierra O’Railay tenía, cuando firmaba sus textos, un seudónimo, que era José Turrisa.

 

Entonces yo lo que hice es dividir al Sierra O’Railay real, que es el que se va finalmente a Estados Unidos, y el Sierra O’Railay ficticio (José Turrisa) es el que pongo.Y esto me permitió dos cosas: por un lado, hacer que la novela tuviera como dos narradores.Vamos a decir, el primer narrador sería el propio José Turrisa, y el otro narrador vamos a decir que es Hernán Lara, pero desde el año 2005 observando lo que pasó en el año de 1847- 1848. Ese es un poquito como el truco.

Son como dos narradores y además me permite también hacer unas reflexiones con el lector y sobre– digamos – la novela, cómo construir novela, y qué es lo que pasaba realmente o lo que ha pasado en una guerra–fíjate– es una guerra civil; en realidad son los descendientes de los españoles y los descendientes de los mayas; pero ambos son mexicanos. Y es una guerra, yo diría, un poco secreta, un poco oprobiosa, en el sentido de que nunca se le ha dado demasiada importancia en términos históricos.

 

Eso es un poquito la idea de lo de Sierra y Turrisa. Te decía, por eso al final de la novela a Turrisa le queman sus libros... fue un poco cierto. No quiere decir que él haya escrito una novela que se llamara Península, Península, pero sí es cierto que los vándalos atacan su biblioteca, queman sus papeles y se los llevan a ellos, los obligan a irse a Mérida. Entonces eso fue lo que me dio finalmente la oportunidad para decir ah bueno entonces entra el segundo narrador, digamos, su servidor, y él sí va a contar la historia tratando de recuperar todo lo que seguramente pasó Sierra O’Railay, pero ya no es José Turrisa el que lo escribe.

 

Usted resalta en su obra las legítimas razones por las cuales se subleva el pueblo maya, sin embargo, los conflictos entre los líderes indígenas provocan su propia derrota, ¿acaso la guerra de castas de Yucatán es un ejemplo de los alcances que podrían tener un grupo indígena? ¿Y por qué escribir sobre estos temas, por qué recordar la guerra de castas, o sea, por qué en su obra nos recuerda un acontecimiento olvidado?

 

Mira, lo que ocurrió en el Siglo XIX es irrepetible; por ejemplo, cuando me dicen que el comandante Marcos va a hacer una guerra civil del tipo de la guerra de castas, es imposible, ya sería imposible; por muchísimas razones. En lo que sí tenía razón Marcos, o en lo que tiene razón Marcos, es que a muchos pueblos aborígenes, indígenas, no se les ha tratado bien, ni se les ha dado lo que les corresponde, porque finalmente esas tierras eran de ellos, y su cultura es de ellos, etcétera.

 

Entonces, yo creo la novela fue un buen pretexto para retomar algo que ocurrió en la realidad y que estuvieron a punto de ganar los mayas... a punto, sólo porque efectivamente se acabó la guerra contra Estados Unidos y México los pudo apoyar.

 

Yo creo que la guerra fue provocada en principio por los líderes descendientes de los españoles, por los gobernadores, Barbachan y Méndez que estaban como sucede ahorita en México, de otro modo con los partidos políticos, que muchas veces es tal el anhelo de obtener el triunfo electoral que no les importa llevarse entre las patas al país, y así pasó ahí. Entonces como bien lo dices tú, los indígenas tenían muchas razones para levantarse, para rebelarse. Y yo creo que entre ellas, sobre todo, explotación, injusticia y discriminación.

 

Yucatán es una zona –cuando hablo de Yucatán hablo de la península; de los tres estados, Campeche, Yucatán y Quintana Roo– es una zona muy rara geográficamente porque como digo al principio de la novela no tiene ríos. No tiene ríos muy cercanos, nada más al mar, por ejemplo, en la parte de Campeche sí hay ríos, pero en el centro de la planicie no hay ríos, no hay lagos ni hay montañas. Es plano. Entonces cuando llegan los españoles la única riqueza de la que pueden aprovecharse es de la mano de obra de los indígenas, entonces los explotan. Por eso se inventan también las encomiendas.

 

Pero entonces eso que dices tú es muy importante, yo también creo que los causantes de la guerra de castas fueron los descendientes de los españoles y sobre todo por sus anhelos de poder y por sus abusos. Y luego, entre los tres líderes (mayas) que eran Manuel Antonio Bae, Cecilio Chi, y Jacinto Pat, el problema otra vez es un poco como pasa con los descendientes de los españoles: la competencia y los celos y las envidias y –qué te diré– la sensación de quién es el verdadero líder, se hace tan complicado que finalmente terminan destruyéndose entre ellos. Si se hubieran mantenido unidos, a lo mejor esa guerra se hubiera ganado.

 

Ahora, la pregunta es esta: ¿qué hubiera pasado si hubieran ganado los mayas? A lo mejor, para desgracia nuestra hubiera sido un pueblo como Guatemala, o como Belice; yo estoy convencido de que a México le conviene o le convenía no perder a la península de Yucatán, y, por supuesto que también le conviene todavía asimilar a sus grupos étnicos de una manera más plural, mas integral. Y creo que la inteligencia, al igual que la belleza, en general, es proporcional en todos los pueblos. O sea, siempre puedes encontrar un maya inteligente, un maya matemático y por eso también la importancia del personaje de Miss Belle, que además de ser muy interesante en sí mismo porque es la institutriz, también para mí era una oportunidad para hacerle sentir al lector que la cultura maya también era una gran cultura.

 

Creo que vale la pena ser estudiada para que en el contexto de los mexicanos podamos aprender del pasado, aprovechar algunas de esas experiencias para el presente y proyectar el futuro. Es así como lo vería yo, ¿me entiendes? O sea, la guerra de castas ya es un hecho consumado; se perdió de todos lados.

 

De hecho, Benito Juárez tuvo el tino de, después de la guerra, dividir la península de Yucatán en los 3 estados actuales, Campeche, Yucatán y Quintana Roo, este ultimo era un territorio, porque todavía no era estado y se los dio a los mayas para que se pudieran refugiar en ese territorio de Quintana Roo, que hasta hace poquito se recuperó, de hecho se recupera hasta principios del Siglo XX, pero durante la segunda parte del Siglo XIX fue territorio, prácticamente, vedado para los blancos.

 

La novela histórica es uno de los preferidos por los lectores mexicanos, ¿usted como editor a qué le adjudica este hecho? ¿Esta situación es una necesidad del mexicano por conocer su historia y formarse una identidad?

 

Bueno es eso, pero pasan dos cosas en una novela histórica. Si es una buena novela – yo por eso siempre enfatizo, es más importante que sea novela a que sea histórica– pero cuando tiene los dos componentes –es novela histórica–, como novela, te jala y luego como histórica, te enseña. Hay ciertas cosas en una buena novela histórica; tú aprendes –no sólo digamos de tu país, como dices tú, de tu identidad, de dónde somos, porqué somos como somos– aprendes también hechos históricos y algo más importante la interpretación de los hechos históricos.

 

Y creo que esa es la gran ventaja que tiene la novela histórica –actualmente en el mundo hay un gran auge del género y es fundamentalmente por eso–, además de que te diviertes y te entretiene, aprendes. Y muchas veces, por ejemplo en el caso de la guerra de castas, aprendes algo que estaba un poquito soterrado, un poquito abandonado, un poquito olvidado y hasta como te dije, con un poquito de vergüenza, porque no es una guerra de la que te enorgulleces, es una guerra –como te digo– civil y que les fue mal a todos. Todos. Hubo muchas muertes. La península de Yucatán, yo creo, la mitad de sus habitantes murieron en esa guerra. Por supuesto que murieron más los indígenas, los mayas que los blancos, pero los blancos estaban deshechos también. Cuando tomaban los pueblos las guerrillas mayas acababan, o sea, quemaban, violaban, mataban... así son las guerras, desgraciadamente.

 

¿A qué obedece el empeño de escritores contemporáneos que los lleva a reescribir la historia de México, a recuperar figuras de villanos de la historia oficial como Iturbide, Santa Ana, Porfirio Díaz? ¿Puede la literatura derribar mitos y figuras consagradas por la historia oficial? ¿La ficción y la literatura son una forma de conocimiento?

 

Sí, claro que sí. Mira, pasa una cosa. Como nuestra historia es una historia, más que oficial, yo le llamaría oficiosa, acuérdate que la historia la escriben los que ganan. Y después de la revolución mexicana, la histórica está contada, digamos, por los que derrotaron a Porfirio Díaz y por los que eran finalmente los liberales del Siglo XIX que se agruparon en el PRI.

 

Entonces ciertos personajes como Cortés, Iturbide y Porfirio Díaz son personajes muy controvertidos. Son personajes que tuvieron, como todos los seres humanos, cualidades, y no sólo cualidades– digo, que un español haya llegado con un puñado de hombres y haya conquistado un imperio, no lo hace un estúpido, ¿verdad? Tiene que ser un gran estratega, un gran capitán, hombre inteligente y finalmente nosotros somos el resultado de esa conquista. Nos guste o no nos guste.

 

Igual en el caso de Iturbide. Iturbide finalmente logra la independencia, que después cometió el error de que se quiso hacer emperador, entonces bueno, pues hay mucha gente que lo critica. Pero tenemos que entender también el contexto, digamos, los franceses no niegan a Napoleón porque se quiso hacer emperador. Le encuentran sus grandes cualidades y después lo critican por sus debilidades.

 

También Porfirio Díaz le dio una gran estabilidad a nuestro país, lo hizo un país más moderno. Por eso cuando se embarca en el Ipiranga, decía él “me llevo la paz en el bolsillo”, o sea, era una frase profética; tan pronto sale Porfirio Díaz empieza esto que decíamos también de la guerra de castas, sobre todo de los blancos. Empiezan las pugnas entre los líderes.

 

Entonces, yo creo que lo que permite la novela –fíjate, porque eso es muy importante– es recuperar al personaje, y como la literatura tiene la ventaja frente a la historia que no cuenta los hechos necesariamente tal y como fueron, sino como pudieron o debieron ser, entonces se presta a esa interpretación. Yo creo que la novela más que revindicar un personaje muchas veces es encontrar las motivaciones y la psicología de algunos de esos personajes.

 

Ya para terminar, usted ha recorrido distintas facetas en la literatura mexicana, y ha estado a cargo de diferentes instituciones culturales, entonces ¿en que lugar se encontraría Hernán Lara Zavala dentro de la narrativa mexicana?

 

Bueno, es una buena pregunta, que yo creo que a mí no me corresponde mucho decirlo, pero lo que sí puedo comentarte es que yo formo parte de una generación que se gestó más o menos en los años de 1968, o sea, yo en 1968 tenía 22 años. Para mí fue muy importante el movimiento no sólo por sus implicaciones políticas, yo diría, sobre todo por las implicaciones vocacionales que me permitió conocer. Gracias al 68 yo me decidí a ser escritor.

 

Y mi generación es una generación que quedó un poco sándwich, porque la generación previa, vamos a decir, la de Pacheco, Monsiváis y todo estaban como muy acendrados y muy inscritos en el poder y en los grupos fuertes, que eran los grupos que dirigían Paz y Monsiváis fundamentalmente y antes Reyes.

 

A nosotros nos toca como generación buscar como nuevos causes, nuevos caminos. Yo creo que por eso la mayor parte de nosotros somos, más bien, independientes. Algunos se plegarona los grupos de Vuelta o Nexos, pero muchos de nosotros quedamos como independientes.

 

Yo, como me contemplo a mí mismo, es sobre todo, un escritor que ha buscado contar sus raíces en la parte de Yucatán, sin que sea exclusivamente eso, eh. Tampoco quiero decir que me haya dedicado en cuerpo y alma nada más a Yucatán, pero parte de mi temática desde De Zitilchén, que fue mi primer libro, que es un libro de cuentos vía novela, y luego Charras y luego Viaje al corazón de la península y luego Península. He tratado, digamos, de explorar por qué Yucatán es una zona tan diferente del resto de la república.

 

Pero no lo he hecho sólo yo, Pedro, sabes qué, por ejemplo, Severino Salazar hizo una exploración literaria sobre lo que era Zacatecas; Daniel Sada sobre el norte, sobre Mexicali, etcétera; el propio Federico Campbell que acaba de fallecer, tijuanense; Élmer Mendoza sobre Culiacán; Eraclio Zepeda sobre Chiapas; Bruno Estañol sobre Tabasco; o sea que, nuestro país es tan rico, tan variado, tan interesante y tan diverso, que yo creo que hay mucho de donde sacar– bueno, no digamos Juan Rulfo con la parte de Colima y Jalisco, igual que Arreola la parte de Jalisco, la parte de Zapotlán.

 

Fíjate, muchos profesores creen que la novela del Siglo XX se caracterizó porque ya era una novela, más bien, citadina y urbana; yo creo que eso no es cierto. Lo que sí ha sido cierto, es que a la novela urbana, se ha incorporado la provincia, y a veces, bueno, pues es rural y urbana, simultáneamente, como tantas cosas que pasan en nuestro país, como la novela de Rulfo, es un poquito rural y urbana; no digas las de Carlos Fuentes, por ejemplo, La muerte de Artemio Cruz hay una parte que se desarrolla en el campo y una parte que se desarrolla en la ciudad.

 

O sea que, yo no le pondría de ninguna manera una etiqueta a lo que se hace. De pronto lo más interesante es cuando los autores encuentran su voz, encuentran su camino, encuentran su temática. Ya con eso la gran literatura mexicana se sigue nutriendo naturalmente de otros nuevos escritores. Y ahí vienen ya los jóvenes, jóvenes que escriben de provincia. Yo veo lo que han hecho proyectos como lo que han hecho los jóvenes creadores en la provincia y que hay gente con muchísimo talento, muchísimo talento; en todos lados de la república. Y de qué van a escribir si no es de sus propias experiencias, de sus propios conocimientos, de quiénes eran sus padres, quiénes eran sus amigos, por qué los estados de Durango o de Chihuahua, por ejemplo, por qué son como son.

 

Mientras termina de contestar la pregunta, una de sus alumnas abre la puerta y sale despavorida al ver las cámaras. Hernán sonríe y concluye tal vez abruptamente. Le agradecemos su tiempo y mientras recogemos el equipo, su grupo va acomodándose en las butacas y pronto se encuentran todas ocupadas. Sus clases deben ser tremendas, se siente en la energía que ahora ha poblado la habitación, en el entusiasmo de los recién llegados. Hernán está de nuevo en su elemento y con su gente y su renovada sonrisa no deja duda de ello.

 

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