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Del berrinche conservador infantilista al impulso natural de la evolución y el progreso

Por Diego Zermeño

 

Sería ingenuo creer que todo lo que pasa a nuestro alrededor sucede por obra y gracia de la naturaleza y la vida, o en el peor de los casos, del “espíritu santo". En gran parte, esta idea es responsable de la situación que vivimos hoy en día. La historia, como se ha demostrado en infinidad de maneras, es construida por nosotros día tras día, minuto a minuto, con cada acción por pequeña que sea, contribuimos a escribir y conducir en cada momento nuestra historia y futuro.

 

Lo que parece vivir la humanidad en estas ultimas fechas parece una especie de transición, algo así como la transición, nada sencilla, que sufren los adolescentes en el momento entre la infancia y la madurez, donde nuestros arranques de pasión y egoísmo infantil chocan con los impulsos de madurez, progreso y aprendizaje. Es en esta etapa de adolescencia donde el hombre (en genérico) comienza a “despertar” y a tomar conciencia de sí mismo, de su lugar en el mundo y de su poder transformador.

 

Parece que la humanidad se encuentra en ese punto, donde los imperios infantilistas hacen berrinches, que se dejan sentir como hecatombes, con tal de conservar su poder y dominio; y las naciones en el camino de la independencia y la madurez, han tomado conciencia de su realidad y buscan el progreso de toda la humanidad.

 

Los eventos de los últimos meses no hacen sino confirmar esta visión, los intentos de desestabilización e injerencia de los EEUU en Venezuela y Ucrania hacen patentes los berrinches del imperio por mantener su control geopolítico a costa de lo que sea, las experiencias de Irak y Afganistán e incluso las reformas “transformadoras” y “salvadoras” de México se suman a este patrón de conducta infantil y beligerante.

 

En los últimos años hemos podido observar las prudentes y enérgicas respuestas frente a estos ataques en contra de la evolución natural de la humanidad, somos testigos de las acciones que los gobiernos de Irán, Siria, Venezuela, Ecuador, Argentina, Bolivia, Rusia y ahora Brasil han emprendido para denunciar estas conductas arcaicas e imperiales y contribuir a la evolución y hermandad de los pueblos. Particularmente el despertar sudamericano plantea una ola de esperanza y nuevas posibilidades que, como dijo algún diplomático cubano, “no tienen vuelta de hoja”.

 

Considero que el impulso evolutivo no se puede detener, si la humanidad toma verdadera conciencia de su lugar en el universo, difícilmente se podrá evitar la gran transformación. Es necesario considerar que las acciones tan inhumanas y beligerantes de los últimos años por parte de los EEUU y sus aliados, la burbuja financiera mundial que estallará en cualquier momento y sus políticas económicas y el descontento social alrededor del orbe, no harán más que acelerar el proceso de cambio. El problema es que no sabemos cuáles pueden ser las consecuencias de este periodo, ninguno de nosotros ha salido bien librado de la adolescencia, todos tenemos memorias traumáticas inolvidables que nos formaron como individuos, tendríamos que preguntarnos de qué magnitud e índole serán las heridas que a la adolescencia humanitaria, como a todo adolecente, le llevará algún tiempo cicatrizar.

 

Insisto en que no es posible detener el flujo progresista y estoy convencido de que nosotros podríamos vivir esta transición de manera menos dolorosa si tomáramos verdadera conciencia de donde estamos parados y ejerciéramos ese poder transformador que tenemos como individuos y sociedades. Es posible transformar la realidad de manera radical con acciones muy pequeñas, habría que dedicarnos a recopilarlas, difundirlas y aplicarlas. En nosotros esta construir una nueva sociedad, nuevas instituciones, nuevas reglas de convivencia basadas en la fraternidad, el amor y el respeto. Es momento de madurar, tomar partido y responsabilidad y dejarnos de infantilismos retrogradas y berrinchistas.

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